La introducción de algo nuevo conlleva sistemáticamente alteraciones en el equilibrio anterior a la misma. Es así de sencillo. Estudiar cómo nuestro cerebro se ve gratificado por ciclos de feedback inmediatos, cómo alteramos nuestro comportamiento contando un chiste en Twitter en lugar – o además – de hacerlo en el patio del colegio o cómo nos sentimos el centro del universo (¿de qué universo?) por ser portada de tal o cuál filtro social durante unos minutos es interesante, porque supone un avance en la forma de entender el nuevo panorama. Pero protestar sistemáticamente contra ese nuevo panorama o prevenir de los oscuros males que acarreará a nuestra juventud es tan eficaz como intentar detener un tren con una caja de palillos: no, el tren no va a detenerse.