Acudía esta mañana a las instalaciones de una empresa, no por motivos profesionales sino por motivos personales. Reunida con uno de los socios, me preguntaba sobre mi empresa, los servicios que ofrecíamos y cómo podía ser que en estos tiempos que corren mis resultados y expectativas eran tan positivos. Pura curiosidad personal a la que yo contestaba encantada y emocionada, sin pretender «vender» ningún proyecto…
Pronto la curiosidad se ha puesto de mi parte: ¿Podría yo ayudar a este empresario que tanto se interesa por mi actividad y los resultados de la misma? – me preguntaba. Pues bien, sólo he necesitado 5 minutos de conversación sobre sus puntos de vista sobre su sector, sobre la economía y sobre el futuro inmediato para darme cuenta que, muy a mi pesar por el aprecio personal hacia ese empresario, no iba  a tener opción de poder ayudarle.
Y es que mi trabajo consiste en ayudar a las empresas, pero para eso debe haber detrás un empresario, unos socios o un equipo directivo que estén dispuestos a dejarse ayudar, que quieran sobrevivir, mejorar, que quieran seguir luchando en lugar de quedarse en su butaca lamentándose y quejándose por unos tiempos que, según ellos, no volverán.
Yo trabajo con empresarios valientes, que no se rinden, que miran el futuro con optimismo. Empresas dispuestas a innovar, dispuestas a apostar por cambios, a adaptarse a los nuevos tiempos… Socios, empresarios, directivos que no se conforman con quedarse lloriqueando en la butaca de su despacho hasta la extinción…
Por eso mientras hablo con empresarios y empresarias, sólo necesito detectar su actitud, independientemente del tamaño de su empresa, del sector al que pertenece o de sus presupuestos… Enseguida sé si me merece la pena intentar ayudarle para hacerle ver todas las posibilidades que aún le quedan por descubrir para sobrevivir y levantar su negocio o, si por el contrario, con limitarme a escuchar sus lamentaciones y quejas ya estoy haciendo suficiente…
Lo dicho, en esta vida todo es cuestión de actitud.
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